miércoles, 14 de enero de 2009

Decidí que por ahora sería narrativa urbana.


Algunos episodios urbanos.


Supuse que un poco de comida casera lograría contrarrestar ese marasmo de mierda que deglutí en la empanadería “El Rey”. Creí que moriría por su ingesta, ¡claro!, esa gente que trabaja por ahí está acostumbrada a sólo llevarse bocados de ubre con cuero, pero a mí me cayó pesado. Yo suelo cocinar en mi casa, no tengo mucho, unos cuantos vegetales, algo de salmón y una que otra salsa la más de las veces, pero no me quejo, a veces como apio y nabo con salsa de soya y cerdo, me gusta lo que como y sigo sin quejarme. Lo de la empanadería me trae al recuerdo un incidente ocurrido por ahí mismo, cerca de la mentada venta de empanadas “El Rey”, exactamente en la intersección de esa misma calle y la avenida Marina. Por ese entonces andaba yo metido en un movimiento semipolítico, semiliterario que abandoné por sobra de tiempo. Por el momento, contaré mi relación de lo sucedido el día ocho de diciembre del año en curso, mientras buscaba moneditas tiradas sobre el piso rojo del parque inmenso ese que tiene un obelisco que lo opaca un árbol menos grande aún.

Como venía diciendo, yo andaba sin un dólar encima, de hecho no tenía ni para camiones. Mi tarjeta del metro se había quedado sin saldo y tenía la certeza de que si me iba caminando a casa ineluctablemente me robarían. No les caigo bien a los pobretones sucios esos del barrio, seguro que me asaltan de frente. ¡Cara duras fementidos!, se atreverían a robarme los muy cochinos, ojalá fuese más asertivo para abrirles las entrañas y luego abandonar la escena saltando y saltando. Como les decía, sentía esa sensación parecida a cuando usted ve un árbol o la impresión de un árbol, de un álamo exactamente y luego se da cuenta de que no tiene ventanas y vive en un departamento apretado que huele a cloro. De repente pasa ante mí un hombre serio, grave diría yo, se lo veía muy bien trabajado por el tiempo y por sus quehaceres diarios. Hablaba por teléfono y daba la impresión de haber deglutido comida mejor que la pendejada esa que yo comí hace poco. Lo seguí unos diez decámetros, se incomodó ante mi seguimiento, pero no tomó represalia alguna. En caso de que lo hubiese hecho yo habría salido corriendo o tal vez solo habría agachado la cabeza. Agaché la cabeza y el individuo me miró, o por lo menos sentí la presión de sus párpados y la tensión de sus músculos parpadotensores. Creo que vi parte de su esclerótica de reojo. Caminé unos minutos más, seguía buscando monedas por ahí, hasta que olvidé el concepto de una de las referencias espaciales obligatorias en ese lado de la ciudad: la sima acuática de Tulsa. La poza marina más profunda de este lado del continente, ubicada a solo unos pocos metros del malecón, aunque no cubre una superficie muy vasta en cuanto a longitud, su profundidad es abisal, factor que impidió que la pueda conmensurar, por lo tanto bloqueé ese concepto y caí al centro de la fosa marina costera más profunda de este lado del continente.

Una vez adentro, inmerso estaría mejor, comprendí que no iba a poder respirar más el aire poluto de la capital, porque moriría ahogado en la poza más deliciosamente azul de nuestro hemisferio. Y como decía el individuo que narró casi los dos primeros párrafos el parque es inmenso, más que parque yo le llamaría malecón. Sí, eso es un malecón y no un parque, porque da a la fosa marina no a una calle o a una iglesia. El tipo se ahogó, no encuentro mayor explicación para el asunto, era un idiota que se olvidaba de las cosas. Cualquier otro hubiese tomado el puente que une al malecón con alguna de las islas adyacentes y si continuaba por los senderos del conjunto turístico hubiese llegado tranquilamente al algún lado de otro continente. Ese estaba bien raro, el sólo hecho de haber estado escribiendo en el álbum de visitas de este lugar con vista al mar lo vuelve un molestoso. Algo que me llamó la atención es que el chico haya mencionado al señor de negro, señor grave, como él le decía, yo también me lo topé mientras me bajaba del metro, le dije hola y él no me respondió. Luego del incidente con el chico me encontré con un amigo mío que empezó una conversación normal mientras nos dirigíamos a la estación de taxis.

Poncho es un miope desconcentrado, tiene una expresión en la cara como de pera dulce pero no jugosa, como de esas peras gigantescas que son más duras que caca estreñida. Él también es un olvidadizo. Hablamos algo flojo, luego nos metimos al local con vista al mar.

-¿Y por dónde vives?
- En Corrientes y Alfaro. Por la canchita de hockey de la octava. Por el puente en forma de caldera.
- ¿Dices el puente ese que refleja los haces de luz y da la impresión de eso, ya sabes, no?
- Ese mismo.

Le he referido a Poncho, mi amigo, la dirección del lugar donde resido en innumerables ocasiones, sin embargo suele olvidar todo pasado cierto lapso de tiempo. El café en el cual ingresé con Poncho se me antojó ligero, con un toque colibriesco cian y magenta.

Bueno, no es el mejor final pero no podía dejar la entrada inconclusa, algo así pudo haber escrito el tal Poncho ese en lugar de dejar el libro de visitas a medio firmar. Sobre lo escrito por Poncho y por el chico que se ahogó en la fosa marina he de disentir en más de un apartado. En primer lugar el chico se ahogó y eso está claro, creo que estoy de acuerdo con la narración de Poncho. Yo lo vi entrar al bar y salir apuradamente, como hacen los que tienen un compromiso pendiente y se les ha pasado la hora, creo que sudaba. Como mi dolor de oído es exacerbado, procederé a poner mis quejas con respecto a la narración de Poncho. Yo no lo saludé, él se me acercó y me preguntó por la parada de taxis, yo le dije que coja corrientes hasta llegar a Alfaro.

El bar es bonito, está adornado por colores y formas, tal como debería ser, cumple con el objetivo de un bar: provee de espacio de descanso a las personas que no encuentran un lugar vacío en el malecón, además permite escribir en su libro de visitas y ver la fosa marina que se presenta azul, casi tan azul como los grandes cántaros de jugo que satisfacen las ansias de alimento de la población de este lado del continente. El agua en el bar es gratuita, no sé por qué no se llena caray.

PD. El tipo de negro murió de inanición después de un mes.